LA OPILLA

 

Es tradicional en Euskadi que los días anteriores a la festividad de San Marcos (25 de abril) y con motivo de la celebración de la Pascua, cuya fecha se calcula a partir del Equinoccio de Primavera (entre el 21 de marzo y el 25 de abril, último día posible) se elabore la Torta de San Marcos, llamada también Karpaixo, Morrokota o Pan Jaiko y en muchos sitios conocida como un dulce de nombre Opilla. En todo caso es una elaboración típica de Pascua.

 

 

 

Año 1952.

Niños acogidos en el Hospital - Asilo con las opillas regaladas por la Irungo Atsegiña, en calidad de madrina.

(Archivo Municipal de Irun)

 

Existe constancia de que, desde tiempo inmemorial, se celebraban en Irun-Iranzu procesiones alternando los llamados "montes altos" y "montes bajos" entre los que se encontraba la desaparecida ermita de San Antón en el barrio de Olaberría.

 

Aquellas procesiones las componían representantes del clero junto con un grupo de paisanos armados que realizaban las salvas.

Esta tradición se mantuvo hasta la primera guerra carlista, siendo posteriormente suplidas por otras en la que se bendecían los campos.

 

 

 

Antecesora de la opilla. Pan y huevos cocidos al horno.

 

En todas ellas, a la hora del "amaiketako" (almuerzo), la comitiva se detenía en alguno de los caseríos del recorrido en el que se ofrecía a los curas y autoridades un almuerzo "de tenedor", en tanto que los acompañantes debían conformarse con un panecillo con uno o dos huevos cocidos al horno.

 

Desaparecida también esta procesión, se mantuvo no obstante la costumbre de los panecillos -más tarde opillas- que se vendían, con más o menos huevos, en las panaderías locales.

 

Es posible que el actual nombre de "opilla" se derive del antiguo "ogui-pilla" (tarta de pan).

 

 

 

 

Cuentan que en cierta ocasión, a una encopetada dama de Irun se le ocurrió sustituir el pan por bizcocho para regalárselo a su ahijada. La idea tuvo tan buena aceptación que se mantiene hasta nuestros días.

 

Aquella primera opilla de bizcocho fue elaborada en el establecimiento de chocolates Elgorriaga con "maquinaria movida a mano", que por aquel entonces se encontraba en el número 28 de la calle Larrechipi.

En este mismo obrador tienen su origen los huevos tintados que adornan las actuales opillas.

La historia es la siguiente:

Una de las más cuidadas especialidades de la mencionada pastelería eran las almendras garrapiñadas que se preparaban en un gran puchero de cobre. Para eliminar los restos de azúcar que quedaban adheridos al recipiente, los artesanos lo llenaron de agua que pusieron a calentar. En aquel momento alguien tuvo la feliz ocurrencia de aprovechar el agua en ebullición para introducir en ella los huevos que tenían preparados para las opillas, comprobando con asombro que los huevos salieron de un precioso color rosado.

 

A partir de aquel momento y ante la gran aceptación popular que tuvo el "invento", lo industrializaron sustituyendo el primitivo colorante por otro artificial . Hasta hoy.

 

 

Bendición de las opillas en la plazoleta del Juncal.