EL CASERIO


 El número de caseríos que había en Irun en 1766 era de 230.

En aquella época un buen caserío venía a costar lo mismo que doce bueyes de tiro.

 

 

Aguadoras junto al caserío Ureta, conocido también como Tolareta.

(Archivo Municipal de Irun).

 

La construcción de un caserío, que podía durar hasta dos años y medio, exigía sacrificar un importante número de robles centenarios de los bosques comunales. El Ayuntamiento de Irun cedía, previa autorización, la madera gratuitamente a los vecinos que necesitaban rehacer sus casas. 

 

La construcción del caserío conllevaba un pacto entre caballeros ya que todos los contratos eran verbales. Casi siempre había un maestro que proyectaba la obra y la dirigía hasta su término.

 

Hasta muy avanzado el siglo XVII, en que se impusieron las paredes de ladrillo, los tabiques de separación eran de mamparas de tablas. Anteriormente la intimidad era prácticamente nula, pues toda la familia dormía en una sala común, a lo sumo con separaciones de simples cortinas entre rudimentarias estancias.

 

La cocina era, por así decirlo, el corazón del caserío. El fuego se encendía sobre una losa colocada en el centro de la estancia. Las típicas chimeneas de fuego bajo con campana adosada al muro no se generalizaron hasta bien entrado el siglo XVIII.

Algunas cocinas disponían de ventanillas que daban directamente a la cuadra, para vigilar al ganado.

 

El mobiliario era escaso. Uno de los elementos considerado esencial era el arca, habitualmente heredada de los padres, donde se guardaba la ropa blanca. El arca era también una pieza clave de la dote femenina.

 

Los colchones eran de lana y, en verano, en algunos hogares se empleaban colchones de hojas secas de maíz. De haber sido usados por algún enfermo, al fallecer éste, se quemaba.

 

Los incendios han sido siempre el mayor de los peligros de un caserío. Bien por la caída de un rayo, por los rollos de vela de cera o candiles de aceite, o de los propios fogones que estaban en el centro de la estancia principal.

 

 

 

Aserrando un tronco para la construcción de un caserío.