EL CULTIVO DE LA TIERRA


Entrados en el siglo XVII el panorama agrario en nuestra comarca  del Bidasoa no era muy halagüeño.

Lo que hoy conocemos como Jaizubia, Playaundi o Amute, no son más que terrenos ganados con esfuerzo a la ría y que antaño componían  un paraje salpicado de islas inundadas por las mareas y riadas que no producían más que juncos y esparto y, en puntos aislados, un escaso y pobre pasto.

Solo el trabajo de nuestros antepasados con sus layas y arados rudimentarios fue cambiando paulatinamente el paisaje, sustituyendo algunas zonas del pantanal por fértiles huertas.

 

 

Trabajando la tierra con layas.

 

Hemos citado las layas que resultaban indispensables para roturar la tierra en las pendientes pronunciadas, en las que se  hacía difícil la utilización del arado.

 

Una vez elegido el terreno era preciso abonarlo. El abono más comúnmente empleado era el limo extraído del fondo del Bidasoa durante la bajamar.

Cuando había excedentes de anchoas y sardinas se utilizaban también como fertilizantes, práctica que muchos hemos conocido en nuestra infancia.

 

A partir de la segunda mitad del siglo XVII empezó a utilizarse también la cal. Mezclada con la tierra hacía más permeables los suelos arcillosos a la vez que servía para compactar los excesivamente sueltos. Lástima que su empleo abusivo llegó a dejar estériles temporalmente algunas de las mejores parcelas.

 

Hasta la llegada del maíz, en nuestros campos se cultivaba fundamentalmente el trigo, además de otros cereales como mijo y centeno.

 

Aunque evidentemente no se trata de un cultivo, la repoblación forestal era también tenida en cuenta.  Una ordenanza del año 1700 obligaba a todo vecino de Irun a plantar tres robles al año en los parajes señalados por el Concejo.

 

 

Arando en Jaizubia.

 

 

 

Fuente: “Los siete barrios de Irun”. (A.Aramburu).